Llegó noviembre. Un mes donde se celebra el día internacional del veganismo, un mes en el cual la perra laika se convirtió en el primer ser vivo terrestre en orbitar la tierra, un mes en el que se dio la revolución mexicana, el mes de las colectividades, un mes donde se celebra el día de los muertos y un mes donde newells se fue al vestuario antes de llegar al minuto 90′ (para más información de este último acontecimiento buscar en internet. Este medio es objetivo e imparcial y no tiene ninguna tendencia).
Además de todos estos sucesos históricos, noviembre es un mes de fuertes lluvias en nuestra región. Hace cuatro días que no para de caer agua, y por más que haya venido bárbaro para las plantas, para encerrarse a mirar películas y para la salud de las personas en general, ya es hora de que frene un poquito. Hay barrios inundados que hay que asistir por el fuerte temporal, hay ropa sucia que lavar, pisos que limpiar y hay muchas ganas de ir al Club Bancario a disfrutar sus instalaciones y a empezar a vivir este clima veraniego.
¡Qué ganas de jugar un doparti bien picante en la cancha de 7! ¡Qué ganas de cruzar a nuestra isla, volver y tomarme un licuado en el kioske do pirata! ¡Qué ganas de tirarme a la pileta! ¡Qué ganas de comerme un asado y quedarme hasta tarde contando anécdotas, tocando la guitarra!
Por todos estos deseos queremos que pare de llover, así que nos unimos al pedido de la espectacular literatura de Julio Cortázar:
Aplastamiento de las gotas
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.